lunes, 31 de agosto de 2009

La Provinciana (Cuento)


-¡Mamá, felicíteme!.

         -¿Y a qué se debe tanto alboroto mija...?

         -Que me felicite le digo, porque ya conseguí trabajo.

         -Y de qué, si se puede saber, mi niña.

         -¿Le conté que hace unos días conocí a un hermoso galán que llegó al pueblo buscando talentos jóvenes para modelaje y para trabajar en algo así como maniquí de publicidad...?

         -¿Mani... qué?... ¿De qué disparates raros estás hablando, muchacha endomiá? De seguro es otro de tus inventos para no ayudarme en las tareas de la casa. Así que vete olvidando de esos cuentos sin pies ni cabezas y póngase a hacé las arepas.

         -Pero mamá, es cierto lo que le digo... parece que le gusté mucho a ese señor que vino de la Capital. Es muy importante, ¿sabe? y me dijo que ganaría mucho dinero y me haría famosa. ¡Imagínese, que saldré hasta en las revistas!. ¿No le parece maravilloso?.

         -¡Ay, hija mía! Sáquese ese cuento de la cabeza. Usted no conoce a ese hombre y mucho menos conoce sus intenciones. Mejor se va para la cocina y me hace las arepas. Vaya mija.

         -¡Pero si es mi gran oportunidad!.

         -¿De qué? ¿De que se burlen de usted? De que me la maltraten y luego abusen de su cuerpo como hicieron con la hija de mi comadre Rosa. No mi niña, hágame caso, no sea porfiá; escuche los consejos de su madre, que bastante sufrimiento ha tenido para criarla a usted y a sus hermanos, que en paz descansen.

         -Entonces... ¿No me deja ir?

         -Entiéndame usted mi niña terca. Yo soy una vieja sola en el mundo. Usted es lo único que me queda. A sus dos hermanos los mataron como a unos perros los hijos de don Venancio y que porque se estaban robando las gallinas de la finca, y nadie nos hizo justicia. Usted no sabe cuanto lloré a mis hijos muertos. Y yo misma, con su santo padre, fui a enterrarlos, con los pocos cobritos que nos quedaban.

«Si no me morí en esos días, fue porque todavía me quedaba usted y el bueno de su papá. Pero las lágrimas se me salían solitas todos los días; todas las mañanas cuando me levantaba me convertía en un charco de lágrimas y fue entonces, cuando su padre, se empeñó en cobrarse la muerte de sus hijos... y yo le supliqué que no fuera, porque también lo iban a matar. Don Venancio, altanero, hombre de mucha plata a quien todos le tenían miedo por su manera de tratar a la gente. Nadie se atrevía a reclamarle nada, porque a fin de cuentas, todos trabajaban para él en la finca, y nadie se iba a morir de hambre o dejar morir a sus hijos por reclamarle a don Venancio el porqué sus hijos habían matado vilmente a los míos.»

         «Pero su padre no me hizo caso, y fue a buscar a don Venancio. En la tarde me lo trajeron; ensangrentado; hecho pedazos. No les bastó con pegarle un tiro y hacerlo sufrir, sino que lo humillaron y luego le cayeron a machetazos. Yo misma tuve que remendarlo para que pudiera estar completo en la urna. En apenas una semana, tuve que enterrar a mis dos hijos y a mi marido, y cuando me cansé de llorarlos durante muchos años, cuando me arrugué de tanto lloriqueo y hacer arepas, tuve en cuenta que usted era ya una mujer, y yo, una pobre vieja ahogada en sus llantos y en el recuerdo de su familia muerta. Y entonces prometí nunca jamás llorar.»

         «Y juntas nos hemos mantenido. Somos muy pobres, lo sé. También sé que usted nunca ha tenido un vestido bonito; que apenas sabe leer y que no conoce lo que hay al otro lado de estos ranchos, pero yo me he sacrificado mucho para criarla y  hacerla una mujer de bien, y algún día se casará y tendrá sus hijos...»

         -Pero yo me quiero ir mamá.

         -Pero debe entender que existe mucho mal en la ciudad. Allí no conoce usted a nadie. Todo el mundo la buscará para abusar de usted.

         -Yo no creo que me pase nada malo. Ese hombre se ve muy sincero y me trata muy bien. Me prometió que ganaría mucho dinero, y entonces, vendré a buscarla para que juntas vivamos en la gran ciudad. A lo mejor me va muy bien y me compro una gran casa para usted solita.

         -De aquí, sólo me sacarás muerta.

         -No diga eso mamita, ya verás como todo me sale de lo mejor.

         -Entonces, se irá.

         -Sí, estoy decidida.

         -¿Cuándo?

         -Mañana mismo...

 

         «Mamá, vine a buscarte y no te encontré. Cuando llegué a nuestro viejo rancho, estaba cerrado, el monte lo tapaba casi por completo. No había ruidos, y ni siquiera los perros ladraban. El pueblo que una vez dejé lleno de vida, ahora parecía un cementerio lleno de fantasmas. Luego de esperarte un largo rato frente a la destartalada puerta de nuestro hogar, alguien se me acercó y me dijo que no te siguiera esperando porque nunca ibas a llegar, y entonces comprendí».

         «Vine corriendo al cementerio para decirte que tenías razón. Todo fue un vil engaño. Me utilizaron a placer. El trabajo que me ofrecieron no fue para publicidad y mucho menos para ser modelo de revistas. Tú tenías toda la razón. La verdad fluyó de tus labios y yo no quise escucharte. Pero pagué las consecuencias. Vine a decirte que llegué a la gran ciudad sin medio en el bolsillo, pero con las ilusiones de hacer mucho dinero, de hacerme famosa, pero la realidad fue muy distinta. Me dijeron que tenía que prestarle los «servicios» a unos clientes muy especiales, y si me negaba, me matarían, y entonces sentí mucho miedo y tuve que acceder a todo lo que me exigieron. Pero las cosas no mejoraron para mí. Nunca vi dinero, y en cambio, sufrí muchos maltratos, golpes a cada momento, y apenas me daban para comer.»

         «Una noche, luego de estar con uno de los «clientes», le pedí dinero extra, y éste, no tuvo reparo en dármelo. Como pude, embarqué en un gran autobús y aquí estoy de nuevo».

         «Vine a pedirte perdón, porque sé que moriste de tristeza cuando te dejé sola en ese rancho. Vine a pedirte perdón porque tú tenías razón. También vine a decirte que ya no te dejaré más sola en el rancho y que de ahora en adelante, hasta la eternidad misma, estaremos nuevamente juntas».

        

         _¿Y dice usted que está muerta?

         _Así mismito, comisario. Parece que a la joven le dio un ataque al corazón o la mató la tristeza de saber que su madre se había ido al otro mundo.

         _¿Y aún está en el cementerio?

         _Ni santa que fuera para resucitar comisario. Está tan tiesa como esa silla de madera que usted tiene en el escritorio.

         _Bien. Búscate al doctor Euclides y dile que levante el cuerpo de la muerta. Yo me haré cargo de todo.

         _¡Sí comisario!.

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